El hombre
moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos
cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la
fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida
lleno de incertidumbres y dudas. Por eso, sintonizamos sin dificultad con la
reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él
ausente, han tenido una experiencia sorprendente: «Hemos visto al Señor». Tomás
podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: «Si no lo veo...
no lo creo».
Su actitud es
comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están
engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él
necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún
momento.
Tomás ha
podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han
escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las
mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio
de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño
grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las
comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo
donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y
búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la
misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo
con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada
puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo
de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se
presenta de nuevo Jesús. Le muestra sus heridas.
No son
«pruebas» de la resurrección, sino «signos» de su amor y entrega hasta la
muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: «No seas
incrédulo, sino creyente». Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente
necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: «Señor
mío y Dios mío».
Un día los
cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana,
sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe
superficial que se contenta con repetir fórmulas, y estimularnos a crecer en
amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios que constituye el núcleo de
nuestra fe. JAP
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