Religiosa
Brigidina, 24 de Abril
Martirologio Romano: En
Roma, Santa María Isabel Hesselblad, virgen, oriunda de Suecia, después de
varios años de trabajar en un hospital restauró la Orden de Santa Brígida,
notable por su solicitud hacia la contemplación, la caridad para con los
necesitados y la unidad de los cristianos († 1957)
Etimológicamente: María = Aquella señora bella que nos guía, es de origen hebreo. Isabel =
Aquella a quien Dios da la salud, es de origen hebreo.
Fecha de beatificación: 9 de abril de 2000 por S.S. Juan Pablo II.
Fecha de canonización: 5 de junio de 2016 por S.S. Francisco.
Nació
en un pequeño pueblito de Fâglavik, en la provincia de Âlvsborg, Suecia, el 4
de junio de 1870. Fueron sus padres el Sr. Augusto Roberto Hesselblad y la Sra.
Cajsa Pettesdotter Dag, fue la quinta de trece hijos. Recibió el bautismo en la
Iglesia Luterana de su Parroquia de Hundene, Suecia y transcurrió su infancia por
diversos lugares, siguiendo a su familia que por motivos económicos buscaban
lugares de trabajo.
En
el año de 1886, para ganarse el pan y contribuir al sostenimiento de su
familia, se fue a trabajar en Kârlosborg y después en Estados Unidos de América
donde frecuentó la escuela de enfermería en el Hospital Roosevelt en Nueva
York. Ahí se dedicó a asistir a los enfermos a domicilio, este trabajo fue muy
duro para ella porque no se sentía bien de salud, sin embargo el contacto con
los enfermos católicos y la sed que tenía por buscar la verdad contribuyeron a
tener viva en su alma la búsqueda del redil de Cristo. La oración, el estudio y
la devoción filial por la Madre del Redentor la condujeron decididamente hacia
la Iglesia Católica y el 15 de agosto de 1902, en el Convento de la Visitación
en Washington, recibió el sacramento del bautismo “bajo condición” de las manos
del P. Juan Hagen, S.I., que fue también su director espiritual.
En
Roma recibió el sacramento de la Confirmación y vio claramente que debía dedicarse
a la unidad de los cristianos. Visitó también el templo y la casa de Santa
Brígida de Suecia (+ 1373), recibiendo una grande y profunda impresión a tal
grado que mientras se encontraba en oración en ese lugar, escuchó una voz que le
decía: “Es aquí donde deseo que te pongas a mi servicio”. Regresó a Estados
Unidos sin embargo aunque no se encontraba bien de salud dejó todo y el 25 de
marzo de 1904 se estableció en Roma en la casa de Santa Brígida, donde fue
recibida cariñosamente por las monjas que vivían ahí. En el silencio y en la
oración conoció profundamente el amor de Cristo, cultivó y difundió la devoción
de Santa Brígida y de Santa Catarina de Suecia, tuvo siempre una creciente
preocupación espiritual por su país por la Iglesia.
En
1906 San Pío X le concedió llevar el hábito de la Orden del Santísimo Salvador
de Santa Brígida y de profesar sus votos religiosos como hija espiritual de la
santa de Suecia. Su sueño de dar vida en Roma a una comunidad Brigidina no se
realizó, sin embargo, floreció una nueva rama del antiguo torneo Brigidino, y
así, el 9 de septiembre de 1911 la Santa comenzando con 3 jóvenes postulantes
inglesas, refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida con la
misión de orar y trabajar especialmente por la unión de los cristianos de
Escandinavia con la Iglesia Católica.
En
1931 tuvo la alegría de obtener perpetuamente por parte de la Santa Sede, la
iglesia y la casa de Santa Brígida en Roma que llegaron a ser el centro de la
Orden. Durante y después de la segunda Guerra Mundial la Santa realizó una
intensa Obra de caridad a favor de los pobres y de los perseguidos por leyes de
racismo; promovió un movimiento por la paz con católicos y no católicos,
trabajando fuertemente en el ecumenismo. Desde el inicio de su Fundación
atendió su preocupación la formación de sus hijas espirituales para las que fue
madre y maestra. Les recomendaba la unión con Dios, la ardiente flama de
asemejarse al Divino Salvador, el amor a la Iglesia y al Romano Pontífice y de
hacer oración para que existiera un solo redil y un solo Pastor añadiendo: “Este
es el fin primario de nuestra vocación”.
La
Santa fue fiel toda su vida al Señor, esto lo comprobamos en sus escritos de
1904 donde dice “Amado Señor, no te pido que me enseñes el sendero, te seguiré
fuertemente de tu mano en la oscuridad, en los momentos de angustia y de miedo,
cerraré los ojos para hacerte ver cuanta fe tengo en ti Esposo de mi alma”. La
esperanza en Dios y en su providencia la sostuvo en cada momento de su vida,
sobre todo en las horas de la prueba, de la preocupación y de la cruz. Puso
siempre en primer lugar las cosas del cielo a las de la tierra, la voluntad de
Dios a su voluntad y el bien del prójimo a la propia utilidad. Contemplando el
amor infinito del Hijo de Dios que se inmoló por nuestra salvación, alimentó en
su corazón la flama de la caridad que manifestó con la bondad de sus obras. A
sus hijas les decía continuamente: “Debemos nutrir un gran amor hacia Dios y
hacia el prójimo, un amor fuerte, ardiente, que queme todas las imperfecciones,
soporte fuertemente un acto de impaciencia, una palabra hiriente y con esto se
presta a llegar con premura a un acto de caridad”. La Santa se asemejaba a un
jardín en el cual el sol de la caridad hace florecer obras de misericordia
espirituales y corporales. Siempre tuvo atenciones hacia sus hijas religiosas,
se preocupó por lo pobres, por los enfermos, por los judíos perseguidos, por
los sacerdotes, por los niños a los que les enseñaba la doctrina cristiana, por
su familia de origen y por toda la gente de Suecia y de Roma. Fue una mujer
humilde y servicial con todos los que le pedían ayuda, siempre tuvo la alegría
de condividir con los demás los dones que recibía del Señor. Fue prudente en
las iniciativas por el Reino de Dios en el hablar, en el aconsejar y en el
corregir.
Tuvo
grande respeto por la libertad religiosa de los no cristianos y de los no
católicos que recibió en su casa. Practicó la justicia hacia Dios y hacia el
prójimo, la templanza, el dominio de sí, el alejarse de los honores de las
cosas del mundo, la humildad, la castidad, la obediencia, la fortaleza en las
tribulaciones, la perseverancia en la oración y en el servicio a Dios, la
fidelidad en su consagración religiosa.
Caminó
con Dios abrazando la cruz de Cristo que la acompañó desde su juventud. “Para
mí, afirmaba la Santa, el camino de la cruz fue el más hermoso que he visto
porque en él conocí a mi Señor y Salvador”, junto a los sufrimientos morales
padeció también interrumpidamente sufrimientos físicos. La cruz llegó a ser en
manera particular dolorosa y pesada en los últimos años de su vida. Debido a su
constancia en la oración vivió serenamente la voluntad de Dios y así se preparó
al encuentro definitivo con el Esposo Divino que la llamó en las primeras horas
del 24 de abril de 1957. Vivió y murió en fama de santidad, esta fama ha crecido
también después de su muerte.
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