La encíclica
Humanae vitae, firmada por el Papa Pablo VI el 25 de julio de 1968, cumplió 50
años. Hoy, como entonces, no faltan voces de quienes rechazan la doctrina
católica expuesta por Pablo VI, de quienes ven en la Humanae vitae solamente
muchos “no”, de quienes piensan que la anticoncepción es un “progreso”, de
quienes consideran que pueden seguir siendo católicos al margen de esta
encíclica.
Pero la doctrina
ofrecida hace 50 años no era una opinión personal, ni una idea anticuada
(¿puede ser anticuado lo verdadero?), ni el resultado del triunfo de una
escuela teológica sobre otra. Era, simplemente, la presentación del plan de
Dios sobre el matrimonio y sobre su constitutiva apertura a la vida.
Ante los
participantes de un congreso que se tuvo en Roma para recordar este
aniversario, Benedicto XVI subrayaba el valor de Pablo VI al publicar la
Humanae vitae, y cómo las palabras del Papa Montini conservan todo su valor.
“50 años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue
manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó
el problema” (Benedicto XVI, 10 de mayo de 2008).
En este
discurso, Benedicto XVI quiso poner en evidencia el sentido auténtico del amor
entre los esposos. “De hecho, el amor conyugal se describe dentro de un proceso
global que no se detiene en la división entre alma y cuerpo ni depende sólo del
sentimiento, a menudo fugaz y precario, sino que implica la unidad de la
persona y la total participación de los esposos que, en la acogida recíproca,
se entregan a sí mismos en una promesa de amor fiel y exclusivo que brota de
una genuina opción de libertad. ¿Cómo podría ese amor permanecer cerrado al don
de la vida? La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge,
percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y,
de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza”.
La encíclica
Humanae vitae dijo, es verdad, un “no” claro y firme a la anticoncepción y a
las ideas de quienes buscan caminos inmorales para evitar la llegada de los
hijos en el matrimonio. Pero ese “no” era un “sí” para defender el sentido
auténtico y fecundo que es propio del amor entre los esposos.
Es cierto que
pueden darse, como explicaba Pablo VI, “serios motivos” para que unos esposos
eviten por un tiempo la llegada de un nuevo hijo. En esos casos, nunca se puede
falsear la naturaleza del acto conyugal, que conserva su auténtico sentido
cuando los esposos se dan mutuamente desde el amor y con una actitud de
apertura a la vida.
En cambio, los
esposos sí pueden, por motivos serios, recurrir a los así llamados “métodos
naturales”, es decir, “tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las
funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos
y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de
recordar” (Humanae vitae, n. 16).
Sabemos que
muchos esposos han dado la espalda a estas enseñanzas, han usado métodos
anticonceptivos, o se han esterilizado. En no pocos casos, los esposos han
optado por la enorme injusticia del aborto cuando se encontraron ante la
llegada de un hijo no deseado, no amado. El hogar, en esos casos, llegó a convertirse
en una triste alianza de muerte, en un amor empobrecido porque no fue capaz de
confiar en Dios ni en la llegada de un hijo.
A causa del
uso y abuso de métodos anticonceptivos, millones de esposos han llegado a
destruir el propio matrimonio. ¿No será precisamente porque cuando falta
respeto hacia el sentido auténtico de la relación conyugal, poco a poco el amor
se marchita y se destruye? ¿No serán tantos miles de divorcios la consecuencia
del triunfo de una cultura que busca “tener” y “disfrutar”, en vez de avanzar
por el camino de la verdadera realización humana: el amor generoso?
En el discurso
que citamos antes, Benedicto XVI añadía: “En una cultura marcada por el
predominio del tener sobre el ser, la vida humana corre el peligro de perder su
valor. Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que quiere
someter al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de
la persona amada, entonces lo que se debe defender ya no es sólo el verdadero
concepto del amor, sino en primer lugar la dignidad de la persona misma. Como
creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la
calidad del amor y el carácter sagrado de la vida”.
Muy distinto
es el panorama cuando los esposos se abren, con generosidad responsable y llena
de esperanza, a la llegada de los hijos. Si viven así, se convierten en
colaboradores de Dios. Lo recordaba Benedicto XVI: “Con la fecundidad del amor
conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creador del Padre y ponen
de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un ‘sí’ genuino que
se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre
abierto a la vida”.
Después de 50
años, la comunidad católica necesita releer, meditar, acoger, con esperanza y
generosidad, la Humanae vitae. En esta encíclica encontraremos una doctrina
exigente, pero de una belleza inigualable. Una doctrina que nace del Evangelio,
que enseña el camino que lleva a la verdad, que genera confianza y que, en el
seno del amor entre los esposos, permite el nacimiento de cada uno de los
hijos. FP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario