Texto del
Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel
tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque
Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree,
ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el
juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas
que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece
la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que
obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están
hechas según Dios».
«Tanto amó Dios al mundo que dio a
su Hijo único,
para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga vida eterna»
Comentario:
Rev. D. Manuel VALLS i Serra (Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos vuelve a invitar a recorrer
el camino del apóstol Tomás, que va de la duda a la fe. Nosotros, como Tomás,
nos presentamos ante el Señor con nuestras dudas, pero Él viene igualmente a
buscarnos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el
que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La mañana del día de Pascua, en la primera
aparición, Tomás no estaba. «Pasados ocho días», no obstante su rechazo a
creer, Tomás se une a los otros discípulos. La indicación está clara: lejos de
la comunidad no se conserva la fe. Lejos de los hermanos, la fe no crece, no
madura. En la Eucaristía de cada domingo reconocemos su Presencia. Si Tomás
muestra la honestidad de su duda es porque el Señor no le concedió inicialmente
lo que sí tuvo María Magdalena: no sólo escuchar y ver al Señor, sino tocarlo
con sus propias manos. Cristo viene a nuestro encuentro, sobre todo, cuando nos
reencontramos con los hermanos y cuando con ellos celebramos la fracción del
Pan, es decir, la Eucaristía. Entonces nos invita a “meter la mano en su costado”,
es decir, a penetrar en el misterio insondable de su vida.
El paso de la incredulidad a la fe tiene sus
etapas. Nuestra conversión a Jesucristo —el paso de la oscuridad a la luz— es
un proceso personal, pero necesitamos de la comunidad. En los pasados días de
Semana Santa, todos nos sentimos urgidos a seguir a Jesús en su camino hacia la
Cruz. Ahora, en pleno tiempo pascual, la Iglesia nos invita a entrar con Él a
la vida nueva, con obras hechas según la luz de Dios (cf. Jn 3,21).
También nosotros hemos de sentir hoy
personalmente la invitación de Jesús a Tomás: «No seas incrédulo, sino fiel»
(Jn 20,27). Nos va la vida en ello, ya que «el que cree en Él, no es juzgado»
(Jn 3,18), sino que va a la luz.
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