En una cultura
decididamente orientada hacia el dominio de la naturaleza, el progreso técnico
y el bienestar, la muerte viene a ser «el pequeño fallo del sistema». Algo
desagradable y molesto que conviene socialmente ignorar.
Todo sucede
como si la muerte se estuviera convirtiendo para el hombre contemporáneo en un
moderno «tabú» que, en cierto sentido, sustituye a otros que van cayendo.
Es
significativo observar cómo nuestra sociedad se preocupa cada vez más de
iniciar al niño en todo lo referente al sexo y al origen de la vida, y cómo se
le oculta con cuidado la realidad última de la muerte. Quizás esa vida que nace
de manera tan maravillosa, ¿no terminará trágicamente en la muerte?
Lo cierto es
que la muerte rompe todos nuestros proyectos individuales y pone en cuestión el
sentido último de todos nuestros esfuerzos colectivos.
Y el hombre
contemporáneo lo sabe, por mucho que intente olvidarlo. Todos sabemos que,
incluso en lo más íntimo de cualquier felicidad, podemos saborear siempre la
amargura de su limitación, pues no logramos desterrar la amenaza de fugacidad,
ruptura y destrucción que crea en nosotros la muerte.
El problema de
la muerte no se resuelve escamoteándolo ligeramente. La muerte es el
acontecimiento cierto, inevitable e irreversible que nos espera a todos. Por
eso, sólo en la muerte se puede descubrir si hay verdaderamente alguna
esperanza definitiva para este anhelo de felicidad, de vida y liberación gozosa
que habita nuestro ser.
Es aquí donde
el mensaje pascual de la resurrección de Jesús se convierte en un reto para
todo hombre que se plantea en toda su profundidad el sentido último de su
existencia.
Sentimos que
algo radical, total e incondicional se nos pide y se nos promete. La vida es
mucho más que esta vida. La última palabra no es para la brutalidad de los
hechos que ahora nos oprimen y reprimen.
La realidad es
más compleja, rica y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo. Las
fronteras de lo posible no están determinadas por los límites del presente.
Ahora se está gestando la vida definitiva que nos espera. En medio de esta
historia dolorosa y apasionante de los hombres se abre un camino hacia la
liberación y la resurrección.
Nos espera un
Padre capaz de resucitar lo muerto. Nuestro futuro es una fraternidad feliz y
liberada. Por qué no detenerse hoy ante las palabras del Resucitado en el
Apocalipsis «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar» JAP
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