Religioso
Mercedario, 27 de Abril
Martirologio Romano: En
Tarragona, Aragón, España, san Pedro Ermengol, que durante un tiempo fue
cabecilla de bandoleros y, convertido después a Dios, entró en la Orden de
Nuestra Señora de la Merced, dedicándose con todas sus energías a rescatar
cautivos en África (†
1304).
Pedro Ermengol nació en 1238 en Guardia de Prats,
cercano a Montblanc (Tarragona), hijo de Arnaldo Ermengol, descendiente de la
noble familia española de los condes de Urgell.
De joven no fue un santo, todo lo contrario, con la
soberbia e iracundia de su carácter, alimentó una vida de vicio y de
incontrolable aventura; atrajo sobre sí el odio de sus conciudadanos de todas
las clases, que se veían obligados a soportar su prepotencia y sus injurias.
Llegó a ser jefe de un grupo de bandoleros, después de haber dejado casa y
familia; huyó a los montes, sembrando el terror en el pueblo, y el peligro en
las calles; fue -junto con sus cómplices- un criminal de la peor especie.
Pero la gracia de Dios estaba próxima a
manifestarse: en 1258 el rey Jaime I encargó al propio Arnaldo Ermengol acabar
con el bandolerismo, que volvía inseguras las calles y hacía morir el comercio
y las comunicaciones. Arnaldo se encontró frente a frente con la banda
capitaneada por su hijo Pedro, que luego de este encuentro dramático, tocado
por la gracia, se arrepintió de la vida que había llevado hasta ese momento; se
acercó a Guillermo de Bas -sucesor de san Pedro Nolasco, fundador de
los Mercedarios-, se confesó y pidió consejo; Guillermo quedó convencido
de su sinceridad y lo admitió en el noviciado de la Orden de la Merced en 1258. Desde el primer día de su entrada, cambió su vida
totalmente, demostrando así la sinceridad de la conversión; la crueldad se
transformó en ferviente caridad, y los vicios en continua oración y dura
penitencia.
Le llegaron enseguida a asignar diversos cargos,
misiones y viajes entre los musulmanes, al efecto de rescatar esclavos y
prisioneros, según el primer objetivo para la cual se había fundado la Orden de
la Merced; se movió en principio en los reinos de Granada y Murcia, gobernados
por musulmanes, y después directamente en Argelia, con una misión más difícil e
imaginativa. Consiguió en dos meses
rescatar 346 esclavos que hizo repatriar; en Bugia rescató 119 cristianos con
algunos de sus cohermanos que estaban prisioneros; trató, además, por 30.000
ducados, la liberación de 18 jóvenes cristianos que estaban por ser enviados al
Islam; pero, faltándole esa suma, procuró ser aceptado cambiando de lugar por
los jóvenes, tal como estipula el cuarto voto especial de la Orden. Durante su
prisión fue consuelo para los otros reclusos, obrando muchas conversiones,
incluso entre los musulmanes. Las autoridades estaban molestas por esto, y
visto el retraso en llegar los 30.000 ducados, lo consideraron un espía y lo
condenaron a la horca. La sentencia fue
cumplida enseguida, y el cuerpo fue abandonado a los buitres; poco después
llegó con el dinero del rescate el padre Guillermo Fiorentino, el cual,
sabiendo de la ejecución, se acercó al lugar para darle sepultura; habían
transcurrido seis días, pero Pedro Ermengol vivía todavía, y contó que había
sido milagrosamente sostenido por la Virgen.
Con el dinero que llevaban liberaron a otros
prisioneros, y los dos mercedarios volvieron a la patria, pero Pedro llevó
siempre sobre su cuerpo la marca de aquellos trágicos y a la vez bellos
acontecimientos: el rostro pálido y las vértebras del cuello dislocadas.
Los superiores lo enviaron al convento de la Orden
que estaba en su pueblo natal, Guardia de Prats; así sus conciudadanos, que
habían sido testigos de sus desmanes, pudieron también admirarlo por su
santidad y penitencia. Enfermó gravemente, prediciendo la fecha de su muerte,
que ocurrió el 27 de abril de 1304; ante los solemnes funerales fueron curados
de sus enfermedades tres hombres y cuatro mujeres.
Su biografía fue escrita y presentada como
documento notarial, pocos días después de su muerte, y avalada por la firma de
cinco cohermanos, entre los cuales estaba el padre Guillermo Fiorentino. El
papa Inocencio XI, el 28 de marzo de 1686 aprobó su culto «inmemorial», y la
fiesta fue fijada para el 27 de abril, aniversario de su muerte.
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