Texto del
Evangelio (Jn 14,21-26): En aquel
tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los
guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le
amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿Qué pasa
para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra
que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas
cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo
os he dicho».
«El Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho»
Comentario:
Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que
participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida
divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia
habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y
debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría).
Jesús asegura que estará presente en nosotros por
la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos
huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere
prescindir de nosotros.
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése
es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él» (Jn 14,21). Este
pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar
otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el
tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de
san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es
un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se
olvida de allá donde quería ir».
La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a
descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya
asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para
situarlas en la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así,
a Cristo en lo alto de la tierra. Si tenemos esta intimidad con Jesús
llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo
lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida
familiar.
Toda la luz y el fuego de la vida divina se
volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir el don de
la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para
que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.
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