Texto del
Evangelio (Mt 20,1-16): En aquel
tiempo, Jesús dijo a los discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es
semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar
obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día,
los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que
estaban en la plaza parados, les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os
daré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la
nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a
otros que estaban allí, les dice: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’.
Dícenle: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Díceles: ‘Id también vosotros a la
viña’.
»Al atardecer,
dice el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el
jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. Vinieron, pues, los de
la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron
que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al
cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos no han
trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el
peso del día y el calor’. Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna
injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete.
Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo
hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
«Los últimos serán primeros y los
primeros, últimos»
Comentario:
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, la Palabra de Dios nos invita a ver que la
‘lógica’ divina va mucho más allá de la lógica meramente humana. Mientras que
los hombres calculamos «Pensaron que cobrarían más» (Mt 20,10), Dios —que es Padre entrañable—, simplemente, ama «¿Va a
ser tu ojo malo porque yo soy bueno?» (Mt
20,15). Y la medida del Amor es no tener medida: «Amo porque amo, amo para
amar» (San Bernardo).
Pero esto no hace inútil la justicia: «Os daré lo
que sea justo» (Mt 20,4). Dios no es
arbitrario y nos quiere tratar como hijos inteligentes: por esto es lógico que
haga ‘tratos’ con nosotros. De hecho, en otros momentos, las enseñanzas de
Jesús dejan claro que a quien ha recibido más también se le exigirá más
(recordemos la parábola de los talentos). En fin, Dios es justo, pero la
caridad no se desentiende de la justicia; más bien la supera (cf. 1Cor 13,5).
Un dicho popular afirma que «la justicia por la
justicia es la peor de las injusticias». Afortunadamente para nosotros, la
justicia de Dios —repitámoslo, desbordada por su Amor— supera nuestros
esquemas. Si de mera y estricta justicia se tratara, nosotros todavía
estaríamos pendientes de redención. Es más, no tendríamos ninguna esperanza de
redención. En justicia estricta no mereceríamos ninguna redención: simplemente,
quedaríamos desposeídos de aquello que se nos había regalado en el momento de
la creación y que rechazamos en el momento del pecado original. Examinémonos,
por tanto, de cómo andamos de juicios, comparaciones y cálculos cuando tratamos
con los demás.
Además, si de santidad hablamos, hemos de partir
de la base de que todo es gracia. La muestra más clara es el caso de Dimas, el
buen ladrón. Incluso, la posibilidad de merecer ante Dios es también una gracia
(algo que se nos concede gratuitamente). Dios es el amo, nuestro «propietario
que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña» (Mt 20,1). La viña (es decir, la vida,
el cielo...) es de Él; a nosotros se nos invita, y no de cualquier manera: es
un honor poder trabajar ahí y podernos ‘ganar’ el cielo.
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