Texto del Evangelio (Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no
llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia:
«Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de
Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les
dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni
entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo
oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco
mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y
cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de
trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».
«¿Teniendo ojos no veis y teniendo
oídos no oís?»
Comentario: + Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa,
Barcelona, España)
Hoy notamos que Jesús
—como ya le pasaba con los Apóstoles— no siempre es comprendido. A veces se
hace difícil. Por más que veamos prodigios, y que se digan las cosas claras, y
se nos comunique buena doctrina, merecemos su reprensión: «¿Aún no comprendéis ni
entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17).
Nos gustaría decirle
que le entendemos y que no tenemos el entendimiento ofuscado, pero no nos
atrevemos. Sí que osamos, como el ciego, hacerle esta súplica: «Señor, que vea»
(Lc 18,41), para tener fe, y para ver, y como el salmista dice: «Inclina mi
corazón a tus dictámenes, y no a ganancia injusta» (Sal 119,36) para tener
buena disposición, escuchar y acoger la Palabra de Dios y hacerla fructificar.
Será bueno también,
hoy y siempre, hacer caso a Jesús que nos alerta: «Abrid los ojos y guardaos de
la levadura de los fariseos» (Mc 8,15), alejados de la verdad, “maniáticos
cumplidores”, que no son adoradores en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), y
«de la levadura de Herodes», orgulloso, despótico, sensual, que sólo quiere ver
y oír a Jesús para complacerse.
Y, ¿cómo preservarnos
de esta “levadura”? Pues haciendo una lectura continua, inteligente y devota de
la Palabra de Dios y, por eso mismo, “sabia”, fruto de ser «piadosos como
niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de
sus posibilidades, en el estudio serio, científico de la fe (...). Piedad de
niños, pues, y doctrina segura de teólogos» (San Josemaría).
Así, iluminados y
fortalecidos por el Espíritu Santo, alertados y conducidos por los buenos
Pastores, estimulados por los cristianos y cristianas fieles, creeremos lo que
hemos de creer, haremos lo que hemos de hacer. Ahora bien, hay que “querer”
ver: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14), visible, palpable; hay que “querer”
escuchar: María fue el “cebo” para que Jesús dijera: «Dichosos más bien los que
escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28).
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