Obispo, 16
de Febrero
Martirologio Romano: En el reino de los persas, san Marutas, obispo, que, al establecerse
la paz de la Iglesia, presidió el concilio de Seleucia, reparó las iglesias
destruidas durante la persecución bajo el rey Sapor y colocó las reliquias de
los mártires de Persia en la ciudad episcopal, la cual recibió en aquella
ocasión el nombre de Martirópolis (antes
de 420).
Este santo prelado fue un ilustre Padre de la
Iglesia siria de fines del siglo IV. Era obispo de Maiferkat, que se encuentra
entre el Tigris y el Lago Van, cerca de la frontera de Persia. El santo reunió
las actas de los mártires que sufrieron ahí durante la persecución del rey
Sapor, y trasladó a su diócesis tal cantidad de reliquias, que la ciudad
episcopal acabó por llamarse Martirópolis. Todavía conserva ese nombre [aunque
en turco se denomina Silvan] y es una sede titular. San Marutas escribió varios
himnos en honor de los mártires. Suelen cantarse en los oficios en los que se
emplea la lengua siria. El año 339, Yezdigerdo ascendió al trono de Persia. San
Marutas fue entonces a Constantinopla a suplicar al emperador Arcadio que
defendiese a los cristianos ante el nuevo monarca. La corte estaba entonces muy
ocupada con el asunto de san Juan Crisóstomo.
En una carta que San Juan Crisóstomo escribió a
santa Olimpia, desde el destierro, le cuenta que había escrito dos veces a san
Marutas y le ruega que vaya a visitarlo en su nombre: «Necesito de su ayuda en
los asuntos persas. Tratad de averiguar si ha tenido éxito en su misión. Si
tiene miedo de escribirme personalmente, decidle que os cuente a vos lo
sucedido. No retardéis un solo día vuestra visita». Cuando fue a la corte de
Persia como embajador de Teodosio el joven, san Marutas hizo cuanto pudo por
conseguir que el rey se mostrase benévolo con los cristianos. El historiador
Sócrates dice que, gracias a sus conocimientos de medicina, el santo curó a
Yezdigerdo de unas violentas jaquecas; desde entonces, el rey le llamó «el
amigo de Dios». Los mazdeístas, temerosos de que el rey se convirtiese al
cristianismo, recurrieron a un truco. En efecto, escondieron a un hombre debajo
del piso del templo. Cuando el monarca fue ahí a orar, el hombre gritó:
«Arrojad de este lugar santo a quien ha cometido el sacrilegio de prestar fe a
un sacerdote cristiano». Yezdigerdo entonces decidió expulsar a Marutas de su
reino, pero el santo le persuadió de que fuese otra vez al templo y mandase
levantar el piso para descubrir al impostor. Así lo hizo Yezdigerdo, y el
resultado de ello fue que descubierto el impostor, dio a Marutas permiso de
construir iglesias en donde quisiera. Como quiera que fuese, Yezdigerdo
favoreció ciertamente a san Marutas y, gracias a esa ayuda, éste se dedicó a
restablecer el orden entre los cristianos persas.
La obra de organización de San Marutas duró hasta
la invasión árabe del siglo VII. Pero la esperanza de los cristianos (y el
temor de los mazdeístas) de que Yezdigerdo II se convirtiese en “el Constantino
de Persia” no llegó a realizarse. La obra de pacificación llevada a cabo por
san Marutas fue destruida por la violencia de Abdas, obispo de Susa, quien
provocó una nueva persecución al final del reinado de Yezdigerdo. Probablemente
para entonces san Marutas ya había muerto puesto que falleció antes que
Yezdigerdo, quien murió el año 420. Se le considera como el principal de los
doctores sirios, después de san Efrén, a causa de los escritos que se le atribuyen.
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