El Obispo de Phoenix, Estados Unidos, redactó un
artículo dedicado a recordar a los fieles las enseñanzas de la
Iglesia sobre el Juicio Final, como parte de una serie de escritos
sobre las Cuatro Últimas Realidades (Juicio Final, Infierno, Purgatorio y
Cielo). Para exponer la forma en que la justicia divina evalúa el estado de las
almas en su paso a la eternidad empleó una figura de los Padres de la Iglesia:
la imagen del alfarero.
“Nuestras vidas son
similares a un terrón de arcilla. Nosotros somos formados por las decisiones
que tomamos en la vida”, expuso el prelado. “Mientras
vivimos, somos arcilla húmeda en la rueca del tiempo. Mientras está todavía
húmeda, la arcilla puede ser formada y reformada hasta que se convierte en una
hermosa vasija. Sin embargo, una vez que se coloca en el fuego, su forma se fija
permanentemente". Esta permanencia de la arcilla en su forma
final es una imagen del alma al momento de la muerte.
“Así es con cada uno de nosotros. Una vez que
morimos y estamos de pie delante de Dios, nuestra forma fundamental, es decir,
nuestra opción 'hacia' Él o 'contra' Él se fija para siempre. El tiempo para
elegir lo bueno o lo malo termina con la muerte porque es el tiempo para el
juicio”.
Tras expresar con este ejemplo cómo el destino
final de las almas se define en el momento de la muerte, Mons. Olmsted explicó
que la doctrina católica enseña que serán dos juicios los que enfrenta cada
persona. “El Juicio Particular sucede inmediatamente en el momento de la muerte
cuando el alma, ahora separada del cuerpo, se para delante de Dios para dar
cuenta de lo bueno que se hizo y por los pecados que se cometió",
explicó. “El Juicio General, por otra parte, se refiere al final de los
tiempos, en la venida de Cristo, cuando todo será revelado, y el Juicio
Particular de cada alma será ratificado por todos para ver y entender”.
“La sociedad secular en que vivimos ha perdido
contacto con esa realidad eterna llamado juicio. En el mundo de hoy, el pecado
es minimizado o declarado de poca importancia”, advirtió el Obispo. “Muchos
buscan comodidad en la creencia conveniente de que la mayoría la gente irá al
cielo cuando mueran. Olvidar que habrá un juicio muestra que estamos perdiendo
contacto con las realidades y las consecuencias de nuestras vidas y la razón de
nuestra existencia”.
El Juicio Final da sentido a los sufrimientos y los
méritos de la vida presente, recordó el prelado. “Sin embargo, es
increíble, muy pocas personas se preparan seriamente para la muerte y el
juicio”, se lamentó. “Muchos de nosotros, incluso nosotros, los que amamos a
Jesús, nos encontramos persiguiendo las cosas que tienden a consumir nuestra
vida cotidiana como carrera, dinero, poder y posesiones, dando la muerte y
juicio poca atención. Muerte y juicio, sin embargo, son hechos reales; que van
a suceder si estamos preparados para ellos o no”.
Finalmente, Mons. Olmsted recordó que la fe enseña
que es el amor lo que determina esta última realidad, siendo ésta la guía de la
preparación del alma para su encuentro con Dios. “En el crepúsculo de la vida,
Dios no nos juzgará sobre nuestras posesiones terrenales y éxitos humanos, sino
en la medida de cuánto hemos amado”, afirmó San Juan de la Cruz, citado por el
Obispo. Los Diez Mandamientos están incluidos en los dos mandatos citados como
principales por Jesús: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti
mismo”.
“Así que, en última instancia, el juicio será simple; al
final, todo tiene que ver con el amor. El amor es la única cosa que
da sentido a nuestra existencia; el amor es también el fruto de nuestra
redención y el amor es el tema en el que todos seremos juzgados. Cuando miramos
nuestra vida entera a través del lente de la fe, vemos con claridad por qué
Dios nos creó: para amar y ser amado por Él y disfrutar de la felicidad eterna
en Su presencia”, explicó. “Por lo tanto, el propósito en la vida es buscar a
Cristo, que es Amor. Cuando nos entregamos completamente a Él, encontramos que
el amor es una Persona. Si vivimos nuestra vida centrada en el amor
de Cristo, entonces nuestra actitud antes del juicio de Dios no será de miedo
sino de esperanza sostenida por el amor”.
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