viernes, 17 de mayo de 2019

¿Dónde está Dios?... 02

Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
La crisis religiosa está dejando a no pocos sin las seguridades sobre las que se apoyaba en otros tiempos su vida cristiana. Bastantes tienen, incluso, la impresión de que Dios ha desaparecido. De aquella fe que veía a Dios en todas partes, se está pasando al ¿Dónde está Dios?» De la religiosidad que confesaba «todo habla de Dios», se está llegando a su silencio total. Todo parece conducir al «eclipse de Dios». Se van borrando poco a poco las huellas de su presencia. Cada vez parece más difícil escuchar su voz. La pregunta religiosa más radical de nuestros tiempos ha venido a ser ésta: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde podemos encontrarnos con él?
Dios sigue estando, sin duda, presente en la vida de los hombres y mujeres de este final de siglo. Son muchas las cosas que lo ocultan, pero nada tanto como nuestra propia ceguera. Muchos ruidos apagan su voz, pero no tanto como nuestra sordera. Por eso, para encontrarse con él, no basta preguntar ¿Dónde está Dios? Es necesario también preguntarse: ¿dónde estamos nosotros?
Dios no es encontrado de cualquier forma. Su presencia no aflora en cualquier conciencia. ¿Cómo podrá percibirlo quien vive fuera de sí, separado de su raíz, volcado sobre sus posesiones, disperso en sus quehaceres? La parábola de Jesús sigue cumpliéndose también hoy: los convidados no escuchan la invitación porque andan «ocupados en sus tierras y sus negocios». El encuentro con Dios es posible cuando la persona pasa de la superficialidad a la atención interior, de la dispersión al centro de su ser, y, sobre todo, del egoísmo al amor.
Quien vive siempre volcado hacia lo exterior no puede percibir la presencia de Dios. Lo primero es recuperar el deseo de interpretar y vivir la propia vida desde dentro. «No quieras ir fuera de ti, es en el hombre interior donde habita la verdad» (san Agustín).
Tampoco se puede escuchar a Dios cuando se vive de forma dispersa y fragmentada, en función de una agenda y no de un proyecto de vida. Es necesario llegar al centro de la persona. El gran teólogo suizo, H. von Balthasar, dice que «el hombre es un ser con un misterio en su corazón, que es mayor que él mismo». Ahí resuena de forma callada pero permanente la voz de Dios.
Pero, sobre todo, no puede presentir a Dios en su vida quien vive manipulando a los demás, organizándolo todo en función de su bienestar, dominado sólo por su propio interés. La razón es clara. Lo vieron desde el principio los primeros creyentes: «Quien no ama, no conoce a Dios, porque Dios es Amor» (1 Juan 4, 7). Quien vive de forma egoísta e interesada, ¿qué puede entender de amor y gratuidad?, ¿cómo va a presentir el misterio último de la existencia? Tal vez, todos hemos de escuchar en el fondo del corazón la misma pregunta que escuchó Pedro de labios de Jesús: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas? »

No hay comentarios.:

Publicar un comentario