Texto del
Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel
tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En
esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de
ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero
he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús,
conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate
y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder
de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla
y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente
temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.
«Levántate, toma tu camilla y vete
a tu casa»
Comentario:
Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous (Barcelona, España)
Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones
evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestran
aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida
va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar
a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de
enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa
también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la dracma perdida y el
hijo pródigo.
El Evangelio de hoy es una muestra de la
misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad
del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús
comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe
y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son
perdonados» (Mt 9,2).
¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan?
Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más
agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de
Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un
cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor
quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus
corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer
la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.
Y es que quienes, cegados por el orgullo se
tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que
sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos.
Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más
grande es la misericordia de Dios humilde». Y en este caso, la misericordia
divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud:
«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea
completo.
Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero
sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia.
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