Texto del
Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de
los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros
discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo
en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los
clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días
después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó
Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros».
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó:
«Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos
los que no han visto y han creído».
«Señor mío y Dios mío»
Comentario:
+ Rev. D. Joan SERRA i Fontanet (Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de santo Tomás.
El evangelista Juan, después de describir la aparición de Jesús, el mismo
domingo de resurrección, nos dice que el apóstol Tomás no estaba allí, y cuando
los Apóstoles —que habían visto al Señor— daban testimonio de ello, Tomás
respondió: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en
el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25).
Jesús es bueno y va al encuentro de Tomás.
Pasados ocho días, Jesús se aparece otra vez y dice a Tomás: «Acerca aquí tu
dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo
sino creyente» (Jn 20,27).
—Oh Jesús, ¡qué bueno eres! Si ves que alguna vez
yo me aparto de ti, ven a mi encuentro, como fuiste al encuentro de Tomás.
La reacción de Tomás fueron estas palabras:
«Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).
¡Qué bonitas son estas palabras de Tomás! Le dice “Señor” y “Dios”. Hace un
acto de fe en la divinidad de Jesús. Al verle resucitado, ya no ve solamente al
hombre Jesús, que estaba con los Apóstoles y comía con ellos, sino su Señor y
su Dios.
Jesús le riñe y le dice que no sea incrédulo,
sino creyente, y añade: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,28). Nosotros no hemos visto a
Cristo crucificado, ni a Cristo resucitado, ni se nos ha aparecido, pero somos
felices porque creemos en este Jesucristo que ha muerto y ha resucitado por
nosotros.
Por tanto, oremos: «Señor mío y Dios mío, quítame
todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que
me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente
a ti» (San Nicolás de Flüe).
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