Texto del
Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel
tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y
una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar
a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha
gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No
llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él
dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a
hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban
a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha
visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por
toda la región circunvecina.
«Joven, a ti te digo: levántate»
Comentario:
+ Rev. D. Joan SERRA i Fontanet (Barcelona, España)
Hoy, dos comitivas se encuentran. Una comitiva
que acompaña a la muerte y otra que acompaña a la vida. Una pobre viuda,
seguida por sus familiares y amigos, llevaba a su hijo al cementerio y de
pronto, ve la multitud que iba con Jesús. Las dos comitivas se cruzan y se
paran, y Jesús dice a la madre que iba a enterrar a su hijo: «No llores» (Lc 7,13). Todos se quedan mirando a
Jesús, que no permanece indiferente al dolor y al sufrimiento de aquella pobre
madre, sino, por el contrario, se compadece y le devuelve la vida a su hijo. Y
es que encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo de sí mismo: «Yo
soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25).
San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe
confortarnos, porque volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».
Con la lectura del fragmento del Evangelio que
nos habla de la resurrección del joven de Naím, podría remarcar la divinidad de
Jesús e insistir en ella, diciendo que solamente Dios puede volver un joven a
la vida; pero hoy preferiría poner de relieve su humanidad, para que no veamos
a Jesús como un ser lejano, como un personaje tan diferente de nosotros, o como
alguien tan excesivamente importante que no nos inspire la confianza que puede
inspirarnos un buen amigo.
Los cristianos hemos de saber imitar a Jesús.
Debemos pedir a Dios la gracia de ser Cristo para los demás. ¡Ojalá que todo
aquél que nos vea, pueda contemplar una imagen de Jesús en la tierra! Quienes
veían a san Francisco de Asís, por ejemplo, veían la imagen viva de Jesús. Los
santos son aquellos que llevan a Jesús en sus palabras y obras e imitan su modo
de actuar y su bondad. Nuestra sociedad tiene necesidad de santos y tú puedes
ser uno de ellos en tu ambiente.
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