No pocas personas cuando comienzan a orar o perseveran en un camino de
oración se ponen la pregunta si realmente Dios les escucha o más bien toda la
vida de oración es un producto de su mente, de su fantasía desorbitada, de su
afán de que Dios realmente exista y nos oiga para poder ser consolados y así
eludir el drama de la vida en su dureza y realismo. La oración no sería otra
cosa que una pía consolación para nuestra existencia, muchas veces tan llena de
dolores, sufrimientos, golpes, contratiempos, reveses.
Otros sí creen que Dios existe pero que Él está demasiado ‘ocupado’ para
poner atención a nuestras pequeñas cosas, que tiene Él otras muchas más importantes
que las nuestras y que nuestras peticiones, a veces ridículas, no le interesan
para nada.
La pregunta puede estar ahí en nuestro corazón como algo que lo corroe y
le quita fuerzas. La duda puede surgir. Pero hay que responder con fuerza de
modo afirmativo: ¡Sí, Dios sí nos escucha! Y el único modo que tenemos de
saberlo es por la fe, a no ser que Dios quiera darnos algún signo especial en
algún caso extraordinario.
Jesús lo ha dicho claramente en el Evangelio: “Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque el que pide, recibe, el
que busca encuentra y al que llama se le abrirá” (Mt 7, 7-8). Él no dijo: “pedid y a lo mejor se os dará, buscad y
es posible que encontraréis, llamad y quizás se os abrirá”. No dijo claramente
que la petición será oída y tenida en cuenta. Claro todo lo que se pida como
favor o gracia concreta que supera las formas ordinarias de acción divina y que
son un milagro hay que hacerlo añadiendo: “si es ésta tu voluntad”.
Lo que pasa es que con frecuencia no creemos del todo a las palabras de
Jesús. Pensamos que Él se ha olvidado de nosotros, que no le interesamos, que
en el fondo no nos ama. Eso es. Dudamos de su amor. Y no nos sentimos amados
por Él. Y esto le duele mucho a Él, porque Él nos ama de un amor infinito. Él
ha sido paciente con nosotros, ha sido amable, ha dado su vida por nosotros,
nos ha dicho de mil modos que nos ama. Y luego nosotros dudamos de su amor. No
le creemos. No lo aceptamos. Sin duda ninguna debe ser ésta una gran herida
abierta en su Corazón.
Pero sí, Dios nos escucha. Escucha nuestras palabras, pero sobre todo
escucha nuestro corazón, los quejidos de nuestro corazón, los gritos
inenarrables de nuestro corazón. ¿Cómo no nos va a escuchar Él que vive en
nosotros por la gracia? ¿Cómo no nos va escuchar quien ha querido dar su vida
por nosotros? ¿Cómo no nos va a escuchar el que no espera más que un gesto
nuestro para hacerse presente en nuestra vida? ¡La fe es tan sencilla! Dios en
realidad, ¡pide tan poco! No seamos incrédulos sino creyentes. Sintamos el gozo
de sentirnos amados por Él, de sentirnos escuchados, de sentirnos sus hijos. PB
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