Texto del
Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel
tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi
Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de
Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis
libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que
comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre;
mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad,
seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis
de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto
donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre». Ellos
le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de
Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he
dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las
obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la
prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios
fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no
he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».
«Conoceréis la verdad y la verdad
os hará libres»
Comentario:
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Terrassa, Barcelona, España)
Hoy, cuando ya quedan pocos días para entrar en
la Semana Santa, el Señor nos pide que luchemos para vivir unas cosas muy
concretas, pequeñas, pero, a veces, no fáciles. A lo largo de la reflexión las
iremos explicando: básicamente, se trata de perseverar en su palabra. ¡Qué
importante es referir nuestra vida siempre al Evangelio! Preguntémonos: ¿Qué
haría Jesús en esta situación que debo afrontar? ¿Cómo trataría a esta persona
que me cuesta especialmente? ¿Cuál sería su reacción ante esta circunstancia?
El cristiano debe ser —según san Pablo— “otro Cristo”: «Vivo, pero no yo, sino
que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). El reflejo del Señor en nuestra
vida de cada día, ¿Cómo es? ¿Soy su espejo?
El Señor nos asegura que, si perseveramos en su
palabra, conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32).
Decir la verdad no siempre es fácil. ¿Cuántas veces se nos escapan pequeñas
mentiras, disimulamos, nos “hacemos los sordos”? A Dios no le podemos engañar.
Él nos ve, nos contempla, nos ama y nos sigue en el día a día. El octavo
mandamiento nos enseña que no podemos hacer falsos testimonios, ni decir
mentiras, por pequeñas que sean, o aunque puedan parecernos insignificantes.
Tampoco caben las mentiras “piadosas”. «Sea, pues, vuestra palabra: ‘Sí, sí’,
‘No, no’» (Mt 5,37), nos dice Jesucristo en otro momento. La libertad, esta
tendencia al bien, está muy relacionada con la verdad. A veces, no somos
suficientemente libres porque en nuestra vida hay como un doble fondo, no somos
claros. Hemos de ser contundentes. El pecado de la mentira nos esclaviza.
«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí»
(Jn 8,42), dice el Señor. ¿Cómo se concreta nuestro afán diario por conocer al
Maestro? ¿Con qué devoción leemos el Evangelio, por poco que sea el tiempo de
que dispongamos? ¿Qué poso deja en mi vida, en mi día? ¿Se podría decir,
viéndome, que leo la vida de Cristo?
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