Corría el mes
de febrero de 1987 cuando se firmaba en el Vaticano un documento que trataba,
entre otros temas, sobre la fecundación artificial. Su título era “Instrucción
sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación”.
En latín se conoce simplemente como “Donum vitae”.
El documento
estaba firmado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger en cuanto prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe. Contaba con la autorización
explícita de un Papa enamorado de la vida: el santo Juan Pablo II.
No se busca
aquí resumir la doctrina de un documento muy rico y profundo, sino simplemente
resaltar su importancia y su valor profético.
Desde 1978, al
menos según los datos “oficiales”, la fecundación in vitro hizo posible el
nacimiento de niños concebidos en laboratorio. Llegar a esta conquista técnica
significaba una auténtica revolución, porque permitía realizar algo que hasta
entonces parecía utópico: dominar técnicamente el inicio de la vida de los
hijos según los deseos de los adultos.
Los motivos
que llevaron a la primera técnica usada de fecundación in vitro (conocida por
sus siglas como FIV o, en inglés, IVF) y a las variantes que se desarrollaron
en los siguientes años son diferentes. En un número muy elevado de casos, se
trata de ayudar a tener hijos a quienes no los tienen de modo natural. En otros
casos, se busca obtener hijos con ciertas características, es decir,
seleccionados.
Existen,
además, laboratorios que buscan “fabricar” embriones (que son hijos de sus
respectivos padres biológicos) simplemente para usarlos en experimentos más o
menos “interesantes” y prometedores. Es oportuno recalcar que, tal y como
normalmente se realizan esos experimentos, los embriones usados en los mismos
son destruidos.
Ante la nueva
situación, la Iglesia intervino, primero, con el documento que ahora
recordamos, la “Donum vitae”; luego, con un documento que continuaba y ampliaba
los temas tratados en 1987 y que tiene como título “Dignitas personae”,
publicado en diciembre de 2008 por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El documento
de 1987 fue un grito profético a favor de los hijos y del matrimonio, frente a
los peligros de la invasión tecnológica en un momento muy delicado para toda
vida humana: la fecundación y las primeras fases de desarrollo de los
embriones.
Después de
estos años, por desgracia, los peligros se han agigantado en proporciones
difíciles de evaluar. Al mirar lo que ha ocurrido en tantos países, podemos
recordar que miles y miles de embriones han sido usados y destruidos
simplemente como parte de un sistema que buscaba “producir” vidas a costa de
permitir y provocar muertes.
Además, miles
y miles de embriones fueron congelados según procedimientos “rutinarios” usados
en muchas clínicas de la fertilidad. Muchos de esos embriones siguen todavía
hoy encerrados en “neveras” mientras se decide sobre su suerte.
Respecto a los
diagnósticos prenatales, otro tema abordado por la “Donum vitae”, también se
constata el triunfo de una mentalidad selectiva, en la que se valora a los
embriones humanos según niveles de calidad. Esa mentalidad ha desarrollado
técnicas de diagnóstico preimplantatorio (sobre las que no habló la “Donum
vitae”, pero sí el documento de 2008 antes mencionado), que permiten conocer
las características de los embriones producidos en el laboratorio. Los
embriones que llegan a superar el “standard” exigido, son respetados y
acogidos; los que no, simplemente son destruidos en el laboratorio o, si ya
viven en el seno materno, a través del aborto.
Ciertamente, las
técnicas de reproducción artificial han permitido el nacimiento de miles de
hijos que de lo contrario hoy no existirían. Pero un resultado bueno, el inicio
de una vida humana, no justifica nunca el recurso a un método invasivo e
injusto, como lo son las diferentes técnicas de fecundación in vitro (la FIV y
la ICSI, por mencionar dos de las más usadas); o como lo son aquellas
modalidades de inseminación artificial que no respetan la dignidad del
matrimonio (tema sobre el que también habló la “Donum vitae”).
Como indicaba
la “Donum vitae”, el legítimo deseo de un hijo “no es suficiente para
justificar una valoración moral positiva de la fecundación in vitro entre los
esposos”, por dos motivos de fondo: porque la procreación sólo puede ser
correcta en el contexto de una relación sexual entre los esposos (y no como
dominio de la técnica); y porque todo embrión merece iniciar la propia vida en
el seno materno y sin invasiones técnicas que puedan poner en peligro su vida.
Han pasado 32
años desde que fuera publicado un documento profético. Volver a tomarlo en
nuestras manos y leerlo con atención hará posible el que muchos corazones
descubran los males que se derivan de la fecundación artificial y, sobre todo,
que se comprometan a trabajar generosa y valientemente para defender la
dignidad de la procreación humana. FP
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