¿Resulta
correcto hacer comparaciones entre la guerra y el aborto? Las diferencias entre
ambos hechos son notables, pero también hay puntos de semejanza.
En la guerra
luchan entre sí adultos. Dos ejércitos se afrontan directamente, hombres
armados combaten entre sí. A veces mueren civiles (les llaman víctimas o daños
“colaterales”), pero lo que más buscan los militares es eliminar a los hombres
o mujeres armados del bando contrario.
En el aborto
se “enfrentan” pocos seres humanos: un “médico”, una mujer y su hijo no nacido.
El pequeño es indefenso, no tiene armas, no puede hacer nada frente al deseo de
quienes han decidido eliminarlo.
Las guerras
provocan muertos y heridos “visibles”, al menos teóricamente. La prensa, la
televisión, internet, pueden ofrecer imágenes de los cadáveres, de las
víctimas. Los heridos hablan en la radio o en los periódicos. Los familiares y
los supervivientes cuentan la historia de lo que está pasando.
El aborto se
mueve en un horizonte de pocas imágenes. Nadie parece interesado en ver el
cuerpo de la víctima, en saber qué ocurrió con el embrión o el feto asesinado.
Una sombra de misterio y de ocultamiento busca que desaparezcan restos y recuerdos
de lo ocurrido.
En todas las
guerras siempre hay culpables, pues no habría guerra si no hubiera injusticias
ni prepotencia. A veces los dos bandos que pelean entre sí son responsables
directos, y culpables, del conflicto. Otras veces unos son culpables y otros
son inocentes que buscan cómo defenderse ante un agresor injusto. Por
desgracia, nadie se autoreconoce como culpable y todos buscan encontrar
“justificaciones” para decir por qué atacan a los otros, para decir que la
culpa la tienen los enemigos.
En el aborto
el hijo es siempre, siempre, siempre, sin condiciones, una víctima inocente. La
culpa está en los adultos: en la madre, que no lo acepta. En el padre, que
presiona a la madre para que lo elimine. En el médico, que usa la ciencia de la
salud para cometer un acto arbitrario, injusto, asesino: para ir contra lo que
es la esencia de su profesión.
Existe toda
una industria orientada al mundo de la guerra. Produce y vende armas ligeras o
pesadas, aviones y torpedos, submarinos y radares. A veces, muchas veces, esa
industria es un auténtico negocio de miles de millones de dólares (o de euros),
que se invierten para la destrucción, mientras millones de personas no
encuentran ayuda para tener comida o agua potable.
El mundo del
aborto se ha convertido, para algunas organizaciones nacionales o
internacionales, en un negocio triste, con el que obtienen abundantes
“beneficios” económicos a costa de eliminar, como en la guerra, la vida de
miles de seres humanos.
Miles de
personas, organizaciones no gubernativas, reuniones internacionales, trabajan
por eliminar las guerras, por paliar los efectos de las mismas, por ayudar a
las víctimas, a los refugiados, a los heridos.
También frente
al aborto una multitud de hombres y mujeres de buena voluntad ofrece ayudas a
las mujeres para que no aborten, para que puedan llevan adelante su embarazo.
Cuando una madre ha abortado, la asisten para que supere el síndrome postaborto
y para que pueda reorientar su vida hacia horizontes de amor y de justicia.
Son evidentes
las diferencias entre las guerras y el aborto, así como también encontramos
elementos semejantes.
En ambos
casos, guerras y abortos, mueren miles, millones de seres humanos. Seres
humanos que no morirían si en el mundo hubiese más justicia, más esperanza, más
amor, más respeto, más corazones disponibles a la acogida, a la escucha, a la
vida.
La guerra y el
aborto son dos productos de la cultura de la muerte, de esa mentalidad que
recurre a la fuerza para hacer triunfar los propios proyectos personales a
costa de eliminar a los “adversarios”, a quienes pueden exigirnos justicia y
respeto.
La guerra y el
aborto serán derrotados, serán extirpados, cuando promovamos una cultura de la
vida. Hacerlo es una urgencia para todos los hombres y mujeres de buena
voluntad. Para que hoy, y mañana, los más débiles, los más vulnerables, los más
necesitados, puedan ser acogidos en nuestro mundo, puedan recorrer el camino de
la vida en la justicia y en el auténtico respeto de los derechos humanos de
todos, especialmente de los hijos más débiles y más pequeños. FP
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