Era tentado por el demonio.
En la vida no todo es crecer, avanzar o ganar. Hay muchos momentos en
que la persona puede conocer la crisis sicológica, la enfermedad física o el
oscurecimiento de la luz. Algo se rompe entonces en nosotros. Comenzamos a
experimentar la vida como pérdida, límite o disminución. Ya no estamos tan
seguros de nada. Ya no hay alegría en nuestro corazón. No somos los mismos.
Podemos entonces rebelarnos y vivir ese momento como algo totalmente
negativo que nos hace daño y mutila nuestro ser. Pero lo podemos vivir de otra
manera, como un desprendimiento o una pérdida que nos llevará a asentar nuestra
vida sobre bases más firmes. Jesús hablaría de una poda necesaria para dar más
fruto.
Si sabemos recorrer un itinerario humilde y confiado, «perder» nos puede
conducir a «ganar». Hemos de empezar por aceptar nuestra situación. No es bueno
negar lo que nos está pasando, ni disimularlo ante nosotros mismos y ante los
demás. Es mejor reconocer nuestra limitación y fragilidad. Ese ser frágil e
inseguro, poco acostumbrado a sufrir, también soy yo.
La crisis nos obliga a preguntarnos por nuestras raíces: ¿cuál es la
verdad última que nos motiva e inspira?, ¿dónde se apoya realmente nuestra
vida? Hay una verdad rutinaria que nos mantiene en el día a día, pero hay una
verdad más honda que, tal vez, sólo emerge en nosotros en momentos de crisis y
debilidad.
El creyente vive este proceso como una experiencia de salvación. Ahí
está Dios sanando nuestro ser. Y el mejor signo de su presencia salvadora es
esa alegría interior humilde que poco a poco se puede ir despertando en
nosotros. Una alegría que nace del centro de la persona cuando se abre a la luz
de Dios.
Tal vez estas experiencias nos pueden ayudar a entender ese lenguaje
difícil de Jesús que, en contra de toda lógica de apropiación y seguridad,
propone la desapropiación y la pérdida como camino hacia una vida más plena:
«El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece en este mundo, se
guarda para la vida eterna». El relato evangélico nos presenta a Jesús como el
hombre que, en el momento de la tentación o la crisis, sabe «perder» para
«ganar» la vida.
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