Texto del
Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel
tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra
vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a
enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en
adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas
mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué
acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la
tierra.
Pero, como
ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que
esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo,
escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras
otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que
seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te
ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más».
«Tampoco yo te condeno»
Comentario:
Pbro. D. Pablo ARCE Gargollo (México, D. F., México)
Hoy vemos a Jesús «escribir con el dedo en la
tierra» (Jn 8,6), como si estuviera a la vez ocupado y divertido en algo más
importante que el escuchar a quienes acusan a la mujer que le presentan porque
«ha sido sorprendida en flagrante adulterio» (Jn 8,3).
Llama la atención la serenidad e incluso el buen
humor que vemos en Jesucristo, aún en los momentos que para otros son de gran
tensión. Una enseñanza práctica para cada uno, en estos días nuestros que
llevan velocidad de vértigo y ponen los nervios de punta en un buen número de
ocasiones.
La sigilosa y graciosa huida de los acusadores,
nos recuerda que quien juzga es sólo Dios y que todos nosotros somos pecadores.
En nuestra vida diaria, con ocasión del trabajo, en las relaciones familiares o
de amistad, hacemos juicios de valor. Más de alguna vez, nuestros juicios son
erróneos y quitan la buena fama de los demás. Se trata de una verdadera falta
de justicia que nos obliga a reparar, tarea no siempre fácil. Al contemplar a
Jesús en medio de esa “jauría” de acusadores, entendemos muy bien lo que señaló
santo Tomás de Aquino: «La justicia y la misericordia están tan unidas que la
una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad; y la
misericordia sin justicia es ruina, destrucción».
Hemos de llenarnos de alegría al saber, con
certeza, que Dios nos perdona todo, absolutamente todo, en el sacramento de la
confesión. En estos días de Cuaresma tenemos la oportunidad magnífica de acudir
a quien es rico en misericordia en el sacramento de la reconciliación.
Y, además, para el día de hoy, un propósito
concreto: al ver a los demás, diré en el interior de mi corazón las mismas
palabras de Jesús: «Tampoco yo te condeno» (Jn 8,11).
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