Había oído la expresión hablar con los ojos, pero
nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una
misa, en directo, en la catedral de san Agustín.
El P. René Robert hablaba a los
sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los
presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para
él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a
cada uno acomodándose a nuestro lenguaje. El Señor se complace en aquellos
que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is
55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la
vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se
escucha a la vida.
Dios nos escucha en silencio y
propone el mismo método para escucharle. “Dios es la Palabra y, al mismo tiempo,
el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas,
y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar
el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho”, dice Melloni.
Dios habla, se revela, pero hace
falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que
necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona.
La fe nace de la escucha.
El Señor constantemente suplica a
su pueblo que le escuche: “Escucha, Israel” (Dt
6,4). “Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios” (Jr 7,23). “Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo” (Mc 9,7). La escucha es la condición
primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor
fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al
creyente a la escucha.
Escuchar supone abandonarse en fe,
esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha
requiere confianza en los interlocutores.
Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al
huérfano y al necesitado (St 5,4).
Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios
escucha sus palabras (Jn 8,47) y las
pone en práctica (Mt 7,26). Todo el
que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn
18,37).
Dios me habla hoy, a mí, en este
mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad. Quien quiera tener vida deberá
alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo ‘hoy’
y grabarlo en el corazón. EGN
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