Sacerdote y
Mártir, 20 de Septiembre
Martirologio Romano: En la ciudadela de Són-Tây, Tonquín,
Indochina, (hoy Vietnam), pasión de san Juan Carlos Cornay, presbítero de la
Sociedad Parisiense de Misiones para Extranjeros y mártir, que a causa de su
confesión cristiana, después de sufrir crueles suplicios murió seccionado y
degollado, por orden del emperador Minh Mang († 1837).
Fecha de beatificación: 27 de mayo de 1900 por el Papa León XIII.
Fecha de canonización: 19 de junio de 1988, junto a otros 116 mártires de Vietnam, por S.S. Juan
Pablo II.
Natural de Loudun (Poitiers), era hijo de un
comerciante de telas de Rouén. A los 18 años ingresó en el seminario de
Poitiers, llevando una vida ordenada y devota. Pero un día un misionero marista
habló sobre el trabajo que desarrollaban los misioneros en Oriente que eran
enviados por Propaganda Fide, y aquello le dejó impresionado.
Decidió ser misionero de la Sociedad de Misiones
Extranjeras de París, a pesar de una cierta oposición de sus padres; no era más
que diácono cuando fue enviado a la misión de Sechuén en China. Llegó a Macao
en 1832. La falta de guías adecuados le hizo esperar en Hanói el momento propicio
de llegar a su destino; en esta ciudad fue ordenado sacerdote en 1834. Atacado
por las fiebres, tenía el escrúpulo de ser inútil, pero muy pronto le fueron
asignados dos catequistas, los futuros santos Vicente Duong y Pedro Vu Van
Truat, mártires también. Con ellos fue ordenado cargo del trabajo pastoral en
Bau No, donde abundaban los cristianos.
Una delación le condujo a su arresto y al martirio.
Los habitantes de Bau No, no habían logrado expulsar de su pueblo, tras
entregarlo al mandarín, a un jefe de piratas. La mujer de éste para vengarse de
los cristianos entregó a Juan. Los soldados lo sometieron a la canga y dejaron
al sol, y después lo encerraron en una jaula. Él logró que le dejaran varios
libros de oraciones y un crucifijo. En la jaula fue trasladado a la capital de
la provincia, Son Bay. Tras la jaula iban diez cristianos también presos. En el
camino el mandarín les mandó que cantaran pues había oído hablar de la buena
voz de Juan Carlos. Al llegar a la ciudad, el pueblo los rodeó porque nunca habían
visto a un europeo y él aprovechó para hablarles del Evangelio.
Permaneció en la jaula con la canga, y pudo
escribir una carta a su familia dándoles la noticia de su próxima muerte. Los
mandarines querían que apostatase y que pisara la cruz, pero él se negó. Fue
condenado a muerte un mes más tarde y acompañado por 300 soldados, fue sacado
al campo y entre la multitud distinguió al sacerdote padre Thé, que le dio la
absolución sacramental.
Le desnudaron y ataron sus extremidades a unas
estacas con el fin de descuartizarlo, pero el mandarín ordenó que le cortaran
primero la cabeza, y así fue como murió. Luego lo despedazaron y los verdugos
se comieron su hígado para participar de su valor. Los cristianos consiguieron
recuperar su cuerpo que hoy está enterrado en la iglesia edificada en su honor
en Chieung.
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