Vamos a hablar sobre una acción específica del demonio, y comenzamos con
la primera pregunta: ¿Puede el diablo conocer nuestros pensamientos? ¿Es
capaz de entender lo que estamos pensando en cierto momento de nuestra vida? La
respuesta es simple: ¡absolutamente no!
La teología está de acuerdo en esta pregunta. Solo
Dios, que es omnisciente, que posee íntimamente los secretos de
la realidad creada, la de los hombres y los ángeles, y la de la realidad
increada, que es su propia esencia, conoce en profundidad los
pensamientos de cada hombre.
El demonio solo puede crear conjeturas
Aunque el demonio es una criatura espiritual, él
no comprende lo que está en nuestra mente y en nuestro corazón;
él solo puede sacar conjeturas al observar nuestras acciones y comportamiento.
No es una operación complicada para él ya que tiene una inteligencia
extremadamente fina.
Si un joven fuma marihuana, por ejemplo, el demonio puede
deducir que en el futuro también usará drogas más fuertes. En
una palabra: de lo que leemos, vemos, decimos y experimentamos, y de los
compañeros que elegimos, incluso de nuestras miradas, de todo esto, el demonio
puede usar su discernimiento espiritual para saber dónde nos tienta y en qué
momento particular hacerlo. Y eso es lo que hace.
Esto trae al recuerdo un pasaje de la primera carta de San Pedro: “Hermanos y hermanas, estén sobrios, estén atentos. Tu adversario, el
demonio, ronda como un león rugiente, buscando a alguien para devorar.
Resístalo, firme en tu fe". (1 Pedro 5,8-9)
Mi interpretación de este pasaje, en la que varios académicos están de
acuerdo, suena a esto:
“Hermanos y hermanas, estén atentos. El demonio se
pasea alrededor de cada uno de ustedes, buscando dónde devorar".
Esa palabra ‘dónde’ es importante: el demonio mira a cada
persona precisamente por su punto débil
y ‘trabaja’ en ella, creando su próxima ocasión pecaminosa. Será la persona elegida,
quien en su propia libertad, cometerá el pecado, después de haber sido bien ‘cocinado’
por la tentación de Satanás.
Los puntos débiles más frecuentes en el hombre son, de vez en cuando,
siempre los mismo: orgullo, dinero y lujuria...
Y, notemos bien, no hay límites de edad para pecar.
Cuando escucho confesiones, a menudo les digo a mis penitentes, en tono de
broma, que sus tentaciones terminarán solo cinco minutos después de que hayan
exhalado su último aliento. Por lo tanto, no
debemos suponer o esperar que a una edad avanzada estemos exentos del pecado.
Un vicio que se cultiva en la juventud no disminuirá en la vejez sin
algún trabajo e intervención. Consideremos la lujuria: cuando escucho
confesiones, no es raro que los ancianos confiesen mirar pornografía con más
frecuencia que los jóvenes.
La voluntad de luchar contra el pecado debe cultivarse incluso hasta el
final de nuestros días.
ChMcK
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